Santa Irina, vivió en la segunda mitad del siglo I y era hija de liquinio, gobernante de la ciudad de Mageddon en Macedonia. Desde su juventud, Irina, habiendo creído en Cristo, dedicó su vida a Dios, a pesar de las crueles persecuciones de los cristianos. Predicando sin temor el evangelio entre los gentiles, la Santa convirtió a miles de personas a la fe. Los habitantes de Tracia, y luego Bizancio, veneraron profundamente a Santa Irina, construyendo varios templos en su honor.